Muere Kirk Douglas, la última gran estrella del viejo Hollywood, a los 103 años.

Kirk Douglas junto a su hijo, el también actor Michael Douglas. | REUTERS
Kirk Douglas junto a su hijo, el también actor Michael Douglas. | REUTERS

Formó parte por méritos propios de un club de leyendas en su época junto a actores como Steve McQueen, Burt Lancaster, Gregory Peck y Paul Newman, todos ellos convertidos en estrellas en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Era un tipo fácil de distinguir: el galán de la mandíbula prominente, la sonrisa generosa, la barbilla partida y la voz quebrada. Un mito.

Nada hacía presagiar que lo sería partiendo de la nada, como quien dice. Douglas tuvo una infancia marcada por la pobreza del hogar junto a sus seis hermanas. Hijo de inmigrantes bielorrusos, recordaba en su autobiografía, El hijo del trapero, cómo su padre, que había sido comerciante de caballos en Rusia, sobrevivió vendiendo chatarra y pedazos de metal por peniques.

Su hijo se sumó a la causa vendiendo comida a los trabajadores del lugar en Amsterdam, una localidad al norte de Nueva York. También repartió periódicos, uno de los 40 trabajos que cuenta que tuvo antes de volverse actor. Pero su vocación la tuvo clara desde joven y la respetó.

Debutó en el cine tras haber hecho teatro en Nueva York. Fue en 1946 en El extraño amor de Martha Ivers, junto a Barbara Stanwyck. Dos años después rodó junto a su gran amigo, Burt Lancaster, en I Walk Alone, el comienzo de su relación con el cine negro que marcó una parte importante de su carrera. Douglas estaba abonado a los papeles oscuros, al drama y al sufrimiento, logrando siempre la empatía del público. Era un tipo que siempre caía bien.

Se hizo célebre además por su espíritu rebelde, rechazando ofertas sobre las que otros se hubieran abalanzado. Le dijo que no a rodar El gran pecador para la Metro Goldwyn Mayer y se decantó por algo más modesto en apariencia, El ídolo de barro, que le sirvió para hacerse con su primera nominación al Oscar.

Después vendrían títulos como Carta a tres esposas, su primera colaboración con Joseph L. Mankiewicz, El trompetista, de Michael Curtiz, Brigada 21 (1951), Cautivos del mal y su relación con Kubrick, con el que firmó dos sus mejores trabajos. Por Senderos de Gloria el director británico le ofreció un tercio de su presupuesto, unos 350.000 dólares. Ya entonces era una estrella consagrada.

Sus trabajos en décadas posteriores no lograron estar nunca a la altura de lo anterior, pero no cejó en el empeño. Probó con televisión antes de que llegara el declive, marcado por los problemas de salud. Tuvo que lidiar con una depresión y llegó incluso a considerar el suicidio. Pero aguantó como el gladiador que era, en pie cuando ya todos sus colegas hacía tiempo que se habían despedido. Estiró su leyenda todo lo humanamente posible.


Comentarios