VEN A MI CASA ESTÁ NAVIDAD: CUANDO LA MÚSICA SE ARRODILLABA ANTE LOS MAYORES. Por Carlos Garcés.
Hay imágenes que no envejecen. Hay canciones que no caducan. Y hay momentos televisivos que, vistos hoy, nos interpelan como una conciencia incómoda.
Uno de ellos es aquel en el que Luis Aguilé, en 1973, canta "Ven a mi casa, esta Navidad' ante una mesa de mujeres muy mayores, humildes, silenciosas, atentas, con esa dignidad serena que solo concede una vida larga y sufrida. No hay artificio. No hay estridencia. No hay espectáculo. Hay algo infinitamente más valioso: respeto.
Luis Aguilé no canta para la cámara. Canta para ellas. Y eso lo cambia todo.
Luis Aguilé fue mucho más que un cantante popular. Fue un Gran compositor con una sensibilidad extraordinaria, capaz de poner música a sentimientos universales sin necesidad de grandilocuencia. "Ven a mi casa, esta Navidad" no es una canción comercial: es una plegaria doméstica, una invitación al hogar como refugio, a la mesa como lugar sagrado, al reencuentro como acto de amor.
Y cuando esa canción se interpreta ante personas mayores, cobra un significado aún más profundo. Porque ellos, nuestros mayores, saben mejor que nadie lo que significa el paso del tiempo, la ausencia, la pérdida, la espera.
Las mujeres sentadas a aquella mesa no parecen actrices. Y no lo son. Son personas reales, seleccionadas, sí, pero no fingidas. Mujeres que representan a una generación que sobrevivió a la escasez, sostuvo familias enteras en silencio y aprendió a escuchar más que a exigir.
Sus rostros no exageran la emoción. La contienen. Sus manos no aplauden con frenesí. Descansan. Sus miradas no buscan protagonismo. Agradecen. Eso no se actúa. Eso se es.
Aquella televisión, tan limitada técnicamente, tenía algo que hoy parece perdido: alma. Daba voz a los mayores, los sentaba en el centro, los miraba a los ojos.
Hoy hablamos mucho de humanidad en Navidad, pero la reducimos a unos días de calendario, a anuncios y a palabras huecas. Aquella escena nos recuerda algo incómodo: la humanidad no es estacional. No se practica solo el 24 o el 25 de diciembre. Se ejerce los 365 días del año.
Este texto no es solo un homenaje al Gran Luis Aguilé ni a su canción. Es un llamamiento. A recordar que nuestros mayores no son un estorbo, no son una carga, no son una estadística. Son memoria viva, raíz, cimiento. Y merecen algo más que discursos: merecen presencia, escucha, gratitud cotidiana.
Que nadie tenga que esperar a Navidad para sentirse invitado a la mesa. Que nadie envejezca sintiéndose invisible. Que la música, como hizo Luis Aguilé, vuelva a arrodillarse ante la dignidad de los mayores, no para compadecerlos, sino para honrarlos.
Quizá la verdadera Navidad no consista en adornar la casa, sino en no cerrar la puerta del alma. Y quizá esa vieja canción, cantada con respeto ante una mesa de mujeres ancianas, nos siga diciendo hoy, con más fuerza que nunca, quiénes fuimos… y quiénes no deberíamos dejar de ser.

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